Comentario
De la venida de Ruy Díaz Melgarejo a la Asunción y cómo se quemó una carabela que se había de enviar de aviso a España
Estando en este estado las cosas de esta provincia acordó el Gobernador Francisco Ortiz de Vergara despachar a su hermano Ruy Díaz Melgarejo a España en una carabela, que estaba al acabarse en aquel astillero, a dar cuenta a S.M. de su elección en el gobierno, y del estado de las cosas de la tierra. Para este efecto habiendo sido llamado Ruy Díaz Melgarejo, vino a la Asunción el año de 1563 con toda su casa, mujer e hijos, y procuró de su parte la conclusión de la fábrica de la carabela, una de las mejores y más grandes que hasta entonces se había fabricado en aquel puerto, y con la posible aceleración se acabó. Fue proveído en lugar del capitán Melgarejo, Alonso Riquelme, quien luego se aprontó y caminó el mismo año, y llegó felizmente a la ciudad de Guaira, donde fue recibido con mucho gusto de los vecinos, y luego determinó concluir la pacificación de los indios, que aún conservaban algunas reliquias de la pasada rebelión, a imitación de los indios de la jurisdicción de la Asunción, que a este tiempo volvieron a alborotarse, dejando sus pueblos, y trasponiendo sus familias a las fragosidades de aquellas montañas, a cuyo remedio salió el Gobernador con 250 soldados, muchos caballos y amigos, y una considerable partida de Guaicurúes, gente muy guerrera y enemigos de los Guaraníes, que hizo llamar de la otra banda del río Paraguay, donde habitan y se sustentan de sólo caza y pesca, sin otra labor ni sementera; y puesto en campaña dividió su ejército en tres cuerpos: el uno al mando del capitán Pedro de Segura con orden de entrar por la parte meridional: el otro a cargo del capitán Ruy Díaz Melgarejo, que había de ir costeando por la parte de arriba; y el Gobernador con el resto del campo había de marchar por la tierra dentro derecho al levante, y todos habían de ir a juntarse a la costa del río Aguapei, lugar destinado para sentar el Real, y hacer los acometimientos y corredurías convenientes. Con esta orden se emprendió la marcha y guerra, haciendo cada uno por su parte las facciones que ocurrieron, de que quedaron los naturales bastantemente consumidos y constreñidos: con este rigor fueron reducidos al Real servicio; y conclusa esta pacificación con las leyes y poco costosas funciones, volvieron a la Asunción, al tiempo que el capitán Nuño de Chaves con su cuñado don Diego de Mendoza y otros muchos soldados del Perú bajaban de la Provincia de Santa Cruz, que tenía a su cargo con separación de esta provincia por el marqués de Cañete. Venía con designios de llevar a su mujer y familia a su gobierno. El Gobernador le recibió benigno, y así encaminó su pretensión con buen efecto, según quiso.
Habíase ya acabado en este tiempo la carabela, estaba lista a la marcha, señalados los que en ella se habían de embarcar, y una noche sin saberse cómo ni quién lo hiciese, se pegó fuego a ella; y aunque todo el pueblo acudió al socorro, no se pudo comprimir el incendio, porque lo fomentaba la abundancia de pez y resina con que estaba embreada, y así se acabó de abrasar y consumir del todo con notable sentimiento de los bien intencionados, por el perjuicio que de esta pérdida resultaba a la provincia, y por el infructuoso gasto de dinero y trabajo que se había hecho. Hubo quien creyese que este daño fue verificado por mano de los émulos del Gobernador, interesados del gobierno. En este mismo tiempo sucedió que el capitán Ruy Díaz mató bajo de acechanzas al Padre Hernán Carrillo con su mujer doña Elvira Becerra, de que resultó doble sentimiento al Gobernador, y así consultando con sus amigos, acordó se fuese al Perú a tratar con el Vicerrey del Reino sus negocios, y los de la provincia, como luego se ejecutó.